MUJER-IGLESIA-SOCIEDAD


 

Con la excepción de determinadas sociedades en las que la mujer jugaba prácticamente en el mismo terreno que el hombre, tradicionalmente -y desde la elevación del patriarcado como sistema hace algo más de 500 mil años- el papel de la mujer ha sido el de acompañante o complemento del hombre una vez que se fue erradicando la bisexualidad como orientación sexual normalizada, para lo cual las sociedades debían servirse de pensadores, políticos, artistas, matemáticos etc., siempre hombres claro está, en el terreno de la avanzadilla social aunque, eso sí, dejándole a la mujer el papel de diosa en el campo mitológico o arquetípico, de abnegada señora o dama de la casa cuidadora de los bienes internos, de la agricultura, mientras el hombre hacía vida exterior. Ciertamente no siempre fue así puesto que la mujer también ha sido cazadora además de recolectora pero su protagonismo comunitario fue menguando progresivamente sobre todo si aparecían religiones que la condenaban al ostracismo. Religiones a las que le llamamos cultura, ya sea cristiana, judía, musulmana pero que de cultura no tiene absolutamente nada. Ningunear su presencia visible en la sociedad es pura misoginia enraizada en el patriarcado. Y esto es una forma de estar en la vida pero, también, de ser. El varón opresor, la hembra sumisa; el varón señor, la hembra sierva. La sociedad avanzaba pero la mujer no al mismo tiempo que el hombre, no al mismo compás. Una sociedad guerrera podría, incluso, no poder permitirse el lujo de prescindir de las habilidades que una mujer pudiese tener como guerrera. Pero las sociedades iban asentándose y constituyendo comunidades estables, sedentarias. Solo las mujeres procedentes de clanes poderosos con influencia social y política, como en Roma por ejemplo, podrían permitirse dotarse de más libertad, si bien en la Grecia antigua no podremos observar una sola mujer destacada en cualquier disciplina cultural y es que Grecia fue la cuna moderna del ostracismo femenino. Un ser inferior no podía alcanzar el nivel intelectual de un hombre. No fue así en Egipto ciertamente, porque tenemos el caso de faraonas y la mujer, en esa sociedad, al parecer disponía de libertades incluso para su propio cuerpo que no han tenido en otras. Roma, quizá en Occidente, puso de moda la influencia de la mujer como actor secundario actuando tras la bambalina del poder. Las concubinas del emperador de turno tenían bastante poder y sus tentáculos de influencia llegaban bien lejos. Pero en este devenir la comunidad hebrea, tanto dentro como fuera de Egipto, no era precisamente muy proclive a considerar a la mujer el papel igualitario que se le debe presuponer. Solamente hay que analizar las tribus de Jacob o Israel y todas heredadas, regidas por hombres, pero -sin embargo- Jacob tenía una hija de la que nadie supo nada más, silenciada en la misma Biblia. Esta comunidad es el paradigma del patriarcado que, con posterioridad, hereda el cristianismo lógicamente desde sus casi inicios digamos, siendo un motivo central de la ruptura no relatada del grupo apostólico la importancia de las mujeres en la vida de Jesús/ Josué y, por supuesto, en el desarrollo de la comunidad de discípulos. Ni más ni menos eran mayoría aplastante y su número podría alcanzar las 60. Digo bien porque el seguimiento del mensaje no fue de una comunidad de 12 hombres a los que conocemos como apóstoles sino una más amplia de 72. Cuando se da la ruptura -de la que nadie ha querido que se sepa nada- el grupo disidente que eran siete van tomando las riendas de un nuevo credo mesiánico alejado del mensaje inicial de amor igualitario entre seres humanos y la figura de la mujer desaparece prácticamente de un plumazo en los propios escritos recogidos en Hechos*. La mujer, sacerdotisa incluso en Grecia, quedaba excluida aquí de toda capacidad de decisión e influencia. Toda la capacidad de predicación está en el hombre y la mujer se somete, obediente, sumisa, a la voluntad de Dios atendiendo sus obligaciones en casa, tanto hacia el cónyuge como la prole que debía ir llegando.

Si bien tan descarnada cuestión no siempre fue así, no es menos cierto que la mujer quedaba para un papel secundario, de acompañante y no de protagonista de su propia vida. Las relaciones ya se iban dibujando bajo el signo de la dependencia y cualquier intento de ser un espíritu libre ya enfilaba el camino del pecado. Eran excepcionales la presencia de la mujer en puestos de importancia o de relevancia pública dentro de las comunidades de creyentes y una prueba palpable la tenemos en el orden sacerdotal. Todos hombres -muchos pederastas- desde el simple clérigo hasta la autoridad principal llamado Pontífice, pasando por obispos, cardenales etc. Esto ocurre con el catolicismo aunque no con la iglesia anglicana que sí tienen las mujeres acceso a responsabilidades dentro de la estructura de la iglesia.

La iglesia católica, al parecer, se basa en una tradición apostólica inexistente siendo aún menos la interpretación de las Escrituras. Si éstas se amputan, se manipulan, lógicamente luego hemos creado un marco de acción expreso para que eso sea así. Pasan los siglos y cualquier intento de una mujer de ser espíritu libre iba a ser cercenado rápidamente, para lo cual habría de inventarse el sacramento del matrimonio y sujetarla, atarla al hogar, a través de la procreación, sobre lo que en la anterior entrada a esta ya he expuesto algunos detalles.

Una prueba palmaria fue la ejecución, el asesinato, de Hipatia de Alejandría por parte de una turba de fanáticos creyentes. Mujer intelectual, científica, pensadora, directora de la Biblioteca, pero no rendía culto al ya cristianismo. Tenía, pues, doble condición de pecadora blasfema. Pero esto fue ocurriendo en la historia sobre todo con aquellas que se atrevían a salirse del marco oficial de terror impuesto bajo el poder de la Inquisición que debe leerse bajo dos prismas. El europeo, entre los Siglos XII al XV y el puramente nacionalista español entre 1478 y el S. XIX. Ya me dirán si en el ADN de la iglesia católica, y española para más señas, no va la persecución hasta la muerte de cualquiera que osara salirse de la doctrina oficial de aquella pero cobrándose muchas víctimas entre las mujeres bajo el cargo de brujería o poseídas por el demonio. Simplemente ser libre te podía costar la vida si eras mujer. Por tanto subordinación, sumisión, control sobre el cuerpo y alma de la mujer, no es pura literatura salida de una mente febril sino de una realidad que, por cierto, a determinada gente le gustaría volver a implementar. Ideologías filonazis imbricadas en el seno de la Iglesia no son nada nuevo. Durante la República española la mujer alcanzó libertades que no tenía antes y que no tuvo después, pero durante todo el período de dictadura franquista la mujer, bajo la bendición eclesiástica, fue la gran víctima de dicho período. Volvieron los principios inquisitoriales bajo palio y esto que hago es ejercer la memoria democrática que hoy, al parecer, cierta parte de juventud y de adultos no tienen ni idea de lo que es. La Iglesia española bendecía que el marido pegara a la mujer porque algo habría hecho, bendecía la separación de sexos en las aulas y en colegios diferentes, bendecía la represión sexual pero, también, la hipocresía del adulterio en el rico. La Iglesia ha bendecido la opresión de sacerdotes hombres hacia siervas de Dios mujeres (monjas), los abusos laborales pero también sexuales bajo el manto de silencio cómplice como se ha hecho con la pederastia o con los bebés robados, en cuya trama la Iglesia ha jugado un papel crucial o de vital importancia sobre todo ejerciendo esa violencia institucional hacia las mujeres desviadas, madres solteras, viudas de republicanos muertos en combate, viudas de republicanos ejecutados por el franquismo o encarcelados. Por eso cuando la mujer decide dar un paso al frente, liberarse de cadenas, enfrentarse a su opresor, está ejerciendo un derecho inalienable de dignidad que se llama feminismo. Y en este camino de emancipación no debe ir sola porque el hombre tiene una deuda inmensa. Por eso la Iglesia apenas tiene un discurso que oponer, salvo si hablamos de aborto, porque su historia está manchada de sangre inocente y de la que nunca oí pedir perdón sincero, reparador que es de lo que trata la cosa. Una iglesia católica que es incapaz de pedir perdón sincero y, por tanto, de no reparar el daño hecho hacia la mujer, en el caso que nos ocupa, no merece credibilidad alguna como fe algo a lo que se puede hacer extensivo hacia cualquiera otra religión que tenga a la mujer como un objeto, un adorno, y no como un sujeto activo de transformación. Si las mujeres tomaran conciencia verdadera en el seno de la iglesia y, en consecuencia, abandonaran toda idea de seguir manteniendo una estructura de mentiras, odio, hipocresía, poder, entonces los días estarían contados. Pero esa revolución tardará en llegar. Es más probable que se desmorone antes el chiringuito a través de los cambios sociales y entonces, quizá para entonces, la mujer dentro de la iglesia puede que tome conciencia del trabajo que le queda por hacer para sí misma. En la medida que se den síntomas de autoliberación habrá esperanza, pero hasta entonces toca esperar.


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